En plena crisis de
acaparamiento, guerra económica e intentos de sojuzgamiento del gran capital,
Andrés evocó esta historia sacada de sus antiguas anotaciones, garabateadas cuando estaba recién llegado a
aquellos valles campesinos:
“Estamos en la época
de la cosecha del maíz y bajamos al conuco del viejo Marcos. Pasamos todo el
día disfrutando de la tradición campesina.
Con ayuda de los
muchachos, arrancamos los jojotos en el lugar de la siembra, preparamos la masa
dirigidos por Ramona (desgranando y moliendo el maíz), hacemos las cachapas de
hoja, como les dicen en El Lugar, preparamos la mazamorra (con el líquido que
destila el molinillo manual), y nos disponemos a dar buena cuenta de todo ello,
con mantequilla y queso, aderezando el condumio con algunas cervezas y disfrutando
de unas buenas manos de dominó.
Así pasamos un día de festiva fraternidad. Hay jojotos para todos y aún sobran algunos, para distribuir entre cada
familia. Estamos en la lógica solidaria de los pobres. Los jojotos son los
panes bíblicos que a todos alcanzan y aún quedan para llenar canastos”.
Dos modelos se
confrontan en este kairós agónico del “ya llegamos, pero ahora es cuando hay que echarle bolas”.
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