Me impresionó este relato interior cuando lo encontré el año 1987 en un manuscrito en la Biblioteca de una pequeña población de Perijá. Llevaba por título: Diario de Naturaleza y Alma, de Gregorio Baines, quien residió algún tiempo en la ciudad capital y retornó solitario a su tierra cumplidos los sesenta. El relato es éste:
Voy contigo en la umbría de este
parque enmarañado su cielo. Y descansa mi verbo en tu hombro de luna a punto de
llenarse. Tus lágrimas extienden desde la angustia un puente y atravieso
colgante este espacio sideral.
No sé cómo decirte lo que cuentas
en mi vida. Hemos cargado la palabra de ambigüedades y pretendo evitarlas. Te
estoy hablando sin embargo. He roto el silencio y te cuento mi camino.
Cortamente te descifro mi pasado, mi fragmento y las ausencias. Me alegra saberme acogido.
Me hablas de Renato, el viejo
artista que dejó su huella en ti. De su vida simple, de su obra simple, de su
muerte triste. Me hablas del arte por el que vives: espacios, superficies,
vidrios, espejos. Y la montaña, desde los múltiples puntos en que la vemos. Me
hablas de palabras y su afán destructivo. De los nuevos modos que podemos
intentar: lo sentido, lo vivido, la experiencia innombrable. Me hablas de la
culpa, de los dioses que inventamos. Me hablas de la angustia y el pánico. De
la vida que podemos dar, con tan solo lo que somos.
Habíamos salido a dejar la
angustia un rato. Caminamos al azar por el parque entre sendas nuevas. Me
mostrabas los espacios que para mí no existen. Los árboles de hojas diminutas,
la enramada espesa que nos cobija, y antes aún, el diseño de los mármoles de la Torre II. Me prestas tus ojos un
momento.
Crece en mi corazón una paz más
grande poblada de afectos. Crece en mí la ternura, la alegría y la confianza.
Acojo los recuerdos y encuentro para ellos un rincón en mi casa.
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