lunes, 15 de febrero de 2016

El cañón

Al fondo de la quebrada lo encontramos el 12 de octubre de 1998. Estaba incrustado en el lecho. Imposible movilizarlo a fuerza bruta. El mecánico pronto pensó en una “señorita” para sacarlo. Tenía una larga historia, desde la guerra federal, cuando las tropas del general Eleazar se vieron rodeadas por los centralistas y hubieron de emprender la retirada abandonando todos sus pertrechos.
Años después, cuando Ramiro Baptista, bisnieto del  general Eleazar, emprendió la aventura empresarial fundando la Ferrominera del Centro, y se internó por estos valles a la conquista del metal, se descubrieron restos de las trincheras junto a las ruinas de una pequeña fortaleza y, un poco más abajo, el cañón herrumbroso e inservible. Ningún organismo del Estado se mostró interesado en invertir recursos para rescatarlo.
En el filo sutil que separa la historia campesina de la leyenda, el relato del cañón se transmite de boca en boca.

Ya se lo llevaron. La quebrada se lo comió. Ya no servía ni para el turismo. Quién iba a invertir en una cosa como esa. Lo cierto es que desde aquél 12 de octubre de 1998 el eco de sus cañonazos no ha dejado de escucharse. En los atardeceres ventosos retumba su trueno, cuando no es la garúa tenue la que lo hace acercarse como una ráfaga de metralla.



Nota: 
A partir de aquí, me he propuesto incorporar algunos relatos breves, de géneros diversos; éste es el primero.

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