domingo, 28 de febrero de 2016

Costillita

A Pedro y Lucy, comedores de cangrejo

El día 8 de agosto salieron, por río, desde Tumagua en dirección a Mujosanuka. Recogieron a Jairo en Boca de Mujaví y continuaron el viaje. En horas de la tarde alcanzaron Mujosanuka. Eran cinco. Asdrúbal, que tenía mayor experiencia de transitar por los caños, dirigía la embarcación con motor fuera de borda, alquilada en el puesto de comando de Trancas. Arreglaron sus básicos equipajes, dieron una vuelta por la comunidad dándose a conocer, y prepararon los temas que iban a socializar.

Asdrúbal trabajaba con unos sesenta indígenas de distintas comunidades. Mes a mes los visitaba en tarea de despertar conciencias y palabra. En esta ocasión organizaron un equipo que lo apoyara y aprendiera  -por qué no-  de la vida de este pueblo. Cuatro días exhaustivos los destinaron al taller planificado. Luego siguió otro taller más sobre Matemática aplicada a las actividades productivas de la pesca, la madera y la siembra.  

Los últimos días de su presencia coincidieron con la recolección comunitaria de los cangrejos. Los cangrejos salen a desovar alrededor del quinto día de la luna nueva de agosto. La recolección es una actividad antigua entre los guaraos y la organizan comunitariamente.

Los recién llegados, les acompañaron en la actividad. Se dirigieron hacia la barra, espacio acuático de lucha sin tregua entre el río y el mar.  En la zona permanecieron por dos días. Recogieron los cangrejos vivos en unas cestas de fácil cerramiento (mapires), preparadas por las mujeres de la comunidad, y se quedaron a pasar la primera noche en la comunidad de Maraima, pues la recolección había sido escasa. La plaga de zancudos los mantuvo en vilo. Sin apenas dormir, continuaron la recolección al día siguiente, hasta llenar los mapires.

Alejo Arbizu me contaba, emocionado, a su regreso:
–Entre manglares saltamos, corrimos tras los cangrejos, y aprendimos los rudimentos de las mejores técnicas para sorprenderlos sin ser pellizcados por sus macanas. Los cangrejos se conservan vivos, pues en las comunidades no hay cámaras de refrigeración y se descomponen muy pronto. Al llegar a la comunidad los mapires de cada familia se sumergen en el agua del río, frente a la propia vivienda. Toda la comunidad se pasea comiendo cangrejos por más de una semana, y así hicimos nosotros. El preparado es sencillo: se cuecen en agua con sal. Entre cangrejo y cangrejo los jóvenes se enamoran a la luz de la luna creciente.

Ana Zalduendo me contó acerca del día que salieron a pescar con la lancha fuera de borda. En esa ocasión se trataba de pesca con anzuelo y nylon. La salida del Orinoco al mar -casi llegaron allí- le impresionó. Como era muy temprano, fue testigo del amanecer de cara al mar, con su tono de misterio emergiendo entre la bruma del río...
–La anchura se pierde de vista, los vientos soplan recios y las olas se levantan con fuerza. Muchas islas son cubiertas por el río en crecida y se forman playones de arena sedimentaria, en los que  puede quedarse la embarcación varada. Hay que conocer muy bien el terreno.
En la faena pasaron todo el día, casi sin comer, entusiasmados con la pesca y la naturaleza envolvente. En un cañito intrincado, de aguas reposadas, al poco de lanzar el anzuelo pensó Ana que se le había enredado con el ramaje del fondo. Pero no, el guarao Andrés que los acompañaba tomó el guaral, e hizo un movimiento de vibración sobre el mismo.
–Ahora le hago cosquillitas a la raya.
Efectivamente, la pequeña raya, pegada al fondo como ventosa, aflojó sus músculos, y al jalón se vio arrastrada sorprendida por sus captores. Allí mismo pudieron atrapar otras 4 pequeñas rayas. Por lo relatado, las rayas habrían escogido aquel territorio como su hábitat particular.

El primer día de su regreso, Alejo había comenzado por describirme el poblado con lujo de detalles. Mujosanuka, costillita, es un pequeño caserío en el Bajo Delta. La escuela, la medicatura, la capilla, y una construcción que en algún tiempo fue comedor, son las únicas construcciones de bloque. A los dos márgenes se prolongan otras construcciones semipalafíticas de madera y palma, aunque algunas con techo de zinc. Un poco más amplia, pero también de madera, se identifica la vivienda que construyeron los Padres capuchinos ya hace algunos años, y que hoy está sin habitar, tan sólo destinada al alojamiento temporal.
El caserío abarca doscientos metros aproximados a cada lado del río; casas, siembras de ocumo, abundantes curiaras, y algunos botes con motores Yamaha pintan sus riberas.
Como se ha introducido la motosierra, varios guaraos la manejan. Así que las viviendas, en otro tiempo abiertas y con el piso irregular de los troncos circulares, van dando paso a otras semejantes pero con el piso y los laterales de tabla. Sin embargo, los más recientemente llegados de otras comunidades más pequeñas y alejadas, así como los más pobres de entre ellos, conservan el estilo tradicional de vivienda.
Las antenas de TV satelital han hecho su aparición en estos años recientes. Cinco o seis familias, con mejores posibilidades económicas, disponen de ellas, y sus platos, como ojos de búho, intentan descifrar las señales del tiempo.
En cuestiones laborales, existen varios sueldos del Estado para maestros y enfermeros, así como otros para limpieza de la comunidad y vigilancia. Hay dos cargos para doctores, que siempre los desempeñan algunos criollos recién graduados. También hay dos concejales. Los demás viven del trabajo de la pesca, la siembra del ocumo, la fabricación de embarcaciones (curiaras y balajús) y la elaboración artesanal de cestas y hamacas de palma de moriche. La comunidad tiene instalación eléctrica. Una planta a gasoil funciona en horario de 5.00 pm a 5.00 am aproximadamente. Pero depende del suministro del combustible. Algunas familias tienen su propia planta.
Una bodega suministra los víveres necesarios para la subsistencia a precios desorbitados. Otra pequeña bodega comienza a hacerle competencia.
Junto a la casa de los Padres se divierten los jóvenes en una cancha de cemento jugando futbolito y volibol. Se preparan además para las competencias intercomunales que tendrán lugar en septiembre con ocasión de las fiestas patronales.
La naturaleza se impone de principio a fin de la jornada. El grito periódico, casi rugido, de los araguatos a lo lejos, semeja una manada de tigres. Señorean con su presencia elegante el tucán y el guacamayo azul. La marea cambia de sentido cada seis horas, como si del mar se tratara, y sin embargo son más de 30 kilómetros de distancia a la barra. Las estrellas titilan nítidas y copiosas en los cielos limpios.


Ana y Alejo, ahora a la puerta de su casa, mastican cangrejos iluminados por la luna a punto de colmarse.

sábado, 27 de febrero de 2016

Diario de Naturaleza y Alma



Me impresionó este relato interior cuando lo encontré el año 1987 en un manuscrito en la Biblioteca de una pequeña población de Perijá. Llevaba por título: Diario de Naturaleza y Alma, de Gregorio Baines, quien residió algún tiempo en la ciudad capital y retornó solitario a su tierra cumplidos los sesenta. El relato es éste:
Voy contigo en la umbría de este parque enmarañado su cielo. Y descansa mi verbo en tu hombro de luna a punto de llenarse. Tus lágrimas extienden desde la angustia un puente y atravieso colgante este espacio sideral.
No sé cómo decirte lo que cuentas en mi vida. Hemos cargado la palabra de ambigüedades y pretendo evitarlas. Te estoy hablando sin embargo. He roto el silencio y te cuento mi camino. Cortamente te descifro mi pasado, mi fragmento y las ausencias. Me alegra saberme acogido.
Me hablas de Renato, el viejo artista que dejó su huella en ti. De su vida simple, de su obra simple, de su muerte triste. Me hablas del arte por el que vives: espacios, superficies, vidrios, espejos. Y la montaña, desde los múltiples puntos en que la vemos. Me hablas de palabras y su afán destructivo. De los nuevos modos que podemos intentar: lo sentido, lo vivido, la experiencia innombrable. Me hablas de la culpa, de los dioses que inventamos. Me hablas de la angustia y el pánico. De la vida que podemos dar, con tan solo lo que somos.
Habíamos salido a dejar la angustia un rato. Caminamos al azar por el parque entre sendas nuevas. Me mostrabas los espacios que para mí no existen. Los árboles de hojas diminutas, la enramada espesa que nos cobija, y antes aún, el diseño de los mármoles  de la Torre II. Me prestas tus ojos un momento.

Crece en mi corazón una paz más grande poblada de afectos. Crece en mí la ternura, la alegría y la confianza. Acojo los recuerdos y encuentro para ellos un rincón en mi casa.

martes, 23 de febrero de 2016

Kuna



Kuna es luna y es agua. Femenino. Iñaki Arruebarrena avanzaba a paso lento, pero firme, cargando los tubos de 4 pulgadas por el sendero hacia la loma sobre la cual habrían de ser distribuidos para la instalación que llevaría el agua a la aldea. Era el mes de agosto de 1983.
El año anterior había participado en otro campamento concientizador, que así lo llamaba su organización, en esa misma aldea. Entonces había aprendido algunas nociones básicas de la lengua, y habían participado en las tareas campesinas familiares. Recordaba que a él le había correspondido, una vez realizada la distribución a primeras horas de la mañana del día siguiente  al de su llegada, en reunión colectiva presidida por el cacique, -le había correspondido- el apoyo a la familia Romero. En ese agosto, la tarea consistió en talar una buena extensión del monte y prepararlo para la quema y la siembra. Los libros de la Geografía Económica que le entregaron para conocer algunos datos básicos del país se encargaban de responsabilizar a los indígenas y campesinos de estas prácticas atrasadas y depredadoras. Nada decían de por qué estos pueblos se encontraban, arrojados y sin tierras llanas, en lo más abrupto de la sierra.
El trabajo había sido duro. Dos horas de camino por brechas en la montaña, para llegar al terreno. 3 horas de tala. Un pequeño descanso reconstituyente. Romero había desenterrado un racimo de cambures manzano, protegido así de los animales cuando aún estaba verde, y habían dado al traste con todo él. 2 horas más de tala. Una caminata a la quebrada cercana, de la que poco a poco, el rumor de sus aguas iba invadiendo el espacio como un concierto de Silvio en vivo, en el imaginario transitar desde algún lugar remoto hasta el mismísimo escenario. Sueño con serpientes, con serpientes de mar… Y era el río. Por fin, pudieron tomar el agua tan necesaria, sin límites impuestos. Tan sólo con el consejo: “no se llenen el buche, nos toca caminar de vuelta”. Equilibrio natural. El trabajo de tala era rudo. La montaña era selva. La herramienta: un machete, y el apoyo de un garabato preparado por Romero. Un adiestramiento básico y ¡adelante! Iñaki era hijo de campesinos y hábil para el manejo de la azada, pero la falta de práctica reciente en su uso agregó unas vejigas en sus manos. A los brotes tiernos de las zonas taladas el año anterior se sumaban algunos árboles más recios de tal vez cinco o seis años, todo intrincado de vegetación selvática. Era su recuerdo vivo. Junto a unas pocas palabras que anotó, según su oído rústico pudo interpretar: kuna; ajorérera, para la reunión colectiva, en círculo; kumuko patxi, que sorpresivamente incorporaba el mito cristiano de la trinidad al mito primitivo de su etnia.

Ahora cargamos por tríos, un par de tubos de doce metros cada grupo, a ritmo de sendero y compañeros, realizando pequeños descansos y cambios de hombro. La avanzadilla la preside Romero, con el machete en ristre, espantando culebras, ojo avizor, y desmalezando los pasos difíciles. Unos pasos más, tan sólo, y estaremos en el lugar donde terminaron el reparto de tubos ayer –según nos dicen. Ya casi llegamos. Repentinamente: ruidos de hojas entre la maleza.
-Shhhh.
Con las manos y el cuerpo entero sugiriendo, nos indica que bajemos los tubos y guardemos absoluto silencio.
-¡Tigre!
Coje una piedra del camino, con la intención de que lo imitemos. Nuevos ruidos de hojas.
Unos segundos más, casi eternos. Adrenalina. Sudor. Palidez.
Y salta inesperadamente entre nosotros.
Es Jiménez, el otro indígena que nos acompaña, aparecido entre grandes risas de ambos.
-Sí nos jodieron.
La verdad es que los hacendados los habían jodido a ellos. Para entrar a sus tierras habíamos tenido que ocultar nuestras intenciones concientizadores y hacernos pasar por turistas curiosos y desprevenidos, con el fin de obtener el permiso de paso por la hacienda El General. El hacendado -hoy habitante de alguna ciudad distante- se había tomado para sí, no sólo las tierras productivas, sino también el camino de acceso y hasta el mismo río, alambrado para su uso exclusivo.

Kuna es agua y es luna. Femenino singular.

domingo, 21 de febrero de 2016

Las curaciones en el barrio


Pedro Gómez estaba enfermo con erisipela. Al principio no supo reconocer la enfermedad, pues hacía varios años que había dejado de manifestársele. Cuando se dio por enterado, intentó recodar el antibiótico recomendado, pero fue en vano. Tuvo que llamar a su amiga doctora para que lo  auxiliara.
Y después de eso: el agregado de la medicina popular. Varias vecinas llegaron a dar consejas sobre las plantas más a propósito del caso. Andrea recomendó el uso del sapo. Pedro recordó la primera vez en que le “pasaron” uno por su miembro infectado, cuando residía en el Zulia. La panza del animal se enrojecía y enrojecía, absorbiendo las toxinas infecciosas producidas por el estreptococo.
Pero fue Marianela la que más solícita se mostró en esta ocasión. Ofreció sus dotes de doctora popular y en ellos reveló sus anteriores aprendizajes  como despachadora en una tienda espiritista. Conocía muy bien las propiedades de la hierbamora, la túa-túa, el llantén y la sábila, entre otras.  Llegó varias noches a hacerle a Pedro sus tratamientos. Primero aplicaba la sábila; luego el zumo de la hierbamora, aliñado con algo de ron; el llantén sancochado lo usaba para el lavatorio final con agua tibia. El agua hervida con la túa-túa la dejaba en reposo para que la tomara el enfermo a lo largo del día siguiente.
Al inicio de la primera sesión, Marianela realizó sus oraciones (pidió el apellido a Pedro), y hasta echó el humo de un cigarrillo sobre la pierna enferma. Sus manos fueron sanadoras. Las bolitas de la hierbamora reventaron en mágico presagio.

viernes, 19 de febrero de 2016

Unas cabezas de pescado



La viejita del kiosko le había regalado treinta cabezas de pescado. Al salir de su trabajo acostumbraba pasar por allí. En el kiosko vende frutas y verduras, entre otras menudencias. Entre pobres nos entendemos –había dicho Enriqueta. Días atrás, llegó a su casa con una buena lechoza del kiosko. Con su sueldo escaso de andar por la vida, alguna cosa le lleva al recibir la quincena y así han crecido los lazos solidarios entre ellas.
Sabe de estar por la calle desde niña, cuando huyó de su padrastro. Sabe de generosidades altruistas, alternadas con violencias y afanes de sometimiento. Sabe de los rezos de los pobres. Guarda herencias de santidades en la cartera. Estampitas y oraciones a cual más poderosas.
Ha visto en el presidente alguna señal de verdadero hermanamiento. Lo tiene en una foto junto a su cama y, en otra imagen, en forma de corazón, al lado del espejo.
Treinta cabezas son muchas –pensó- y ha preparado una bolsita para mí; como me conocen por mi buen comer, el hijo adolescente le ha dicho: “Mándale más, mamá, que al maestro no se le van a echar a perder”.

Las solidaridades de los pobres estiran la vida en la delgada liana que cruza sobre el abismo. El poder al uso se asoma, se espanta y se aleja despavorido, para enviar desde lejos algunas cargas adicionales con pretensión de dádiva.

martes, 16 de febrero de 2016

Los jojotos


En plena crisis de acaparamiento, guerra económica e intentos de sojuzgamiento del gran capital, Andrés evocó esta historia sacada de sus antiguas anotaciones, garabateadas cuando estaba recién llegado a aquellos valles campesinos:
“Estamos en la época de la cosecha del maíz y bajamos al conuco del viejo Marcos. Pasamos todo el día disfrutando de la tradición campesina.
Con ayuda de los muchachos, arrancamos los jojotos en el lugar de la siembra, preparamos la masa dirigidos por Ramona (desgranando y moliendo el maíz), hacemos las cachapas de hoja, como les dicen en El Lugar, preparamos la mazamorra (con el líquido que destila el molinillo manual), y nos disponemos a dar buena cuenta de todo ello, con mantequilla y queso, aderezando el condumio con algunas cervezas y disfrutando de unas buenas manos de dominó.
Así pasamos un día de festiva fraternidad. Hay jojotos para todos y aún sobran algunos, para distribuir entre cada familia. Estamos en la lógica solidaria de los pobres. Los jojotos son los panes bíblicos que a todos alcanzan y aún quedan para llenar canastos”.
Dos modelos se confrontan en este kairós agónico del “ya llegamos, pero ahora es cuando hay que echarle bolas”.


lunes, 15 de febrero de 2016

El cañón

Al fondo de la quebrada lo encontramos el 12 de octubre de 1998. Estaba incrustado en el lecho. Imposible movilizarlo a fuerza bruta. El mecánico pronto pensó en una “señorita” para sacarlo. Tenía una larga historia, desde la guerra federal, cuando las tropas del general Eleazar se vieron rodeadas por los centralistas y hubieron de emprender la retirada abandonando todos sus pertrechos.
Años después, cuando Ramiro Baptista, bisnieto del  general Eleazar, emprendió la aventura empresarial fundando la Ferrominera del Centro, y se internó por estos valles a la conquista del metal, se descubrieron restos de las trincheras junto a las ruinas de una pequeña fortaleza y, un poco más abajo, el cañón herrumbroso e inservible. Ningún organismo del Estado se mostró interesado en invertir recursos para rescatarlo.
En el filo sutil que separa la historia campesina de la leyenda, el relato del cañón se transmite de boca en boca.

Ya se lo llevaron. La quebrada se lo comió. Ya no servía ni para el turismo. Quién iba a invertir en una cosa como esa. Lo cierto es que desde aquél 12 de octubre de 1998 el eco de sus cañonazos no ha dejado de escucharse. En los atardeceres ventosos retumba su trueno, cuando no es la garúa tenue la que lo hace acercarse como una ráfaga de metralla.



Nota: 
A partir de aquí, me he propuesto incorporar algunos relatos breves, de géneros diversos; éste es el primero.