domingo, 21 de febrero de 2016

Las curaciones en el barrio


Pedro Gómez estaba enfermo con erisipela. Al principio no supo reconocer la enfermedad, pues hacía varios años que había dejado de manifestársele. Cuando se dio por enterado, intentó recodar el antibiótico recomendado, pero fue en vano. Tuvo que llamar a su amiga doctora para que lo  auxiliara.
Y después de eso: el agregado de la medicina popular. Varias vecinas llegaron a dar consejas sobre las plantas más a propósito del caso. Andrea recomendó el uso del sapo. Pedro recordó la primera vez en que le “pasaron” uno por su miembro infectado, cuando residía en el Zulia. La panza del animal se enrojecía y enrojecía, absorbiendo las toxinas infecciosas producidas por el estreptococo.
Pero fue Marianela la que más solícita se mostró en esta ocasión. Ofreció sus dotes de doctora popular y en ellos reveló sus anteriores aprendizajes  como despachadora en una tienda espiritista. Conocía muy bien las propiedades de la hierbamora, la túa-túa, el llantén y la sábila, entre otras.  Llegó varias noches a hacerle a Pedro sus tratamientos. Primero aplicaba la sábila; luego el zumo de la hierbamora, aliñado con algo de ron; el llantén sancochado lo usaba para el lavatorio final con agua tibia. El agua hervida con la túa-túa la dejaba en reposo para que la tomara el enfermo a lo largo del día siguiente.
Al inicio de la primera sesión, Marianela realizó sus oraciones (pidió el apellido a Pedro), y hasta echó el humo de un cigarrillo sobre la pierna enferma. Sus manos fueron sanadoras. Las bolitas de la hierbamora reventaron en mágico presagio.

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