A
Pedro y Lucy, comedores de cangrejo
El día 8 de agosto
salieron, por río, desde Tumagua en dirección a Mujosanuka. Recogieron a Jairo
en Boca de Mujaví y continuaron el viaje. En horas de la tarde alcanzaron
Mujosanuka. Eran cinco. Asdrúbal, que tenía mayor experiencia de transitar por
los caños, dirigía la embarcación con motor fuera de borda, alquilada en el
puesto de comando de Trancas. Arreglaron sus básicos equipajes, dieron una vuelta
por la comunidad dándose a conocer, y prepararon los temas que iban a socializar.
Asdrúbal trabajaba con
unos sesenta indígenas de distintas comunidades. Mes a mes los visitaba en
tarea de despertar conciencias y palabra. En esta ocasión organizaron un equipo
que lo apoyara y aprendiera -por qué no-
de la vida de este pueblo. Cuatro días exhaustivos
los destinaron al taller planificado. Luego siguió otro taller más sobre
Matemática aplicada a las actividades productivas de la pesca, la madera y la
siembra.
Los últimos días de su
presencia coincidieron con la recolección comunitaria de los cangrejos. Los
cangrejos salen a desovar alrededor del quinto día de la luna nueva de agosto. La
recolección es una actividad antigua entre los guaraos y la organizan comunitariamente.
Los recién llegados,
les acompañaron en la actividad. Se dirigieron hacia la barra, espacio acuático
de lucha sin tregua entre el río y el mar. En la zona permanecieron por dos días. Recogieron
los cangrejos vivos en unas cestas de fácil cerramiento (mapires), preparadas
por las mujeres de la comunidad, y se quedaron a pasar la primera noche en la
comunidad de Maraima, pues la recolección había sido escasa. La plaga de zancudos
los mantuvo en vilo. Sin apenas dormir, continuaron la recolección al día
siguiente, hasta llenar los mapires.
Alejo Arbizu me
contaba, emocionado, a su regreso:
–Entre manglares
saltamos, corrimos tras los cangrejos, y aprendimos los rudimentos de las
mejores técnicas para sorprenderlos sin ser pellizcados por sus macanas. Los
cangrejos se conservan vivos, pues en las comunidades no hay cámaras de
refrigeración y se descomponen muy pronto. Al llegar a la comunidad los mapires
de cada familia se sumergen en el agua del río, frente a la propia vivienda. Toda
la comunidad se pasea comiendo cangrejos por más de una semana, y así hicimos
nosotros. El preparado es sencillo: se cuecen en agua con sal. Entre cangrejo y
cangrejo los jóvenes se enamoran a la luz de la luna creciente.
Ana Zalduendo me contó
acerca del día que salieron a pescar con la lancha fuera de borda. En esa
ocasión se trataba de pesca con anzuelo y nylon. La salida del Orinoco al mar -casi
llegaron allí- le impresionó. Como era muy temprano, fue testigo del amanecer
de cara al mar, con su tono de misterio emergiendo entre la bruma del río...
–La anchura se pierde
de vista, los vientos soplan recios y las olas se levantan con fuerza. Muchas
islas son cubiertas por el río en crecida y se forman playones de arena sedimentaria,
en los que puede quedarse la embarcación
varada. Hay que conocer muy bien el terreno.
En la faena pasaron
todo el día, casi sin comer, entusiasmados con la pesca y la naturaleza
envolvente. En un cañito intrincado, de aguas reposadas, al poco de lanzar el
anzuelo pensó Ana que se le había enredado con el ramaje del fondo. Pero no, el
guarao Andrés que los acompañaba tomó el guaral, e hizo un movimiento de
vibración sobre el mismo.
–Ahora le hago
cosquillitas a la raya.
Efectivamente, la pequeña raya,
pegada al fondo como ventosa, aflojó sus músculos, y al jalón se vio arrastrada
sorprendida por sus captores. Allí mismo pudieron atrapar otras 4 pequeñas
rayas. Por lo relatado, las rayas habrían escogido aquel territorio como su
hábitat particular.
El primer día de su
regreso, Alejo había comenzado por describirme el poblado con lujo de detalles.
Mujosanuka, costillita, es un pequeño caserío en el Bajo Delta. La escuela, la
medicatura, la capilla, y una construcción que en algún tiempo fue comedor, son
las únicas construcciones de bloque. A los dos márgenes se prolongan otras
construcciones semipalafíticas de madera y palma, aunque algunas con techo de
zinc. Un poco más amplia, pero también de madera, se identifica la vivienda que
construyeron los Padres capuchinos ya hace algunos años, y que hoy está sin
habitar, tan sólo destinada al alojamiento temporal.
El caserío abarca
doscientos metros aproximados a cada lado del río; casas, siembras de ocumo,
abundantes curiaras, y algunos botes con motores Yamaha pintan sus riberas.
Como se ha introducido
la motosierra, varios guaraos la manejan. Así que las viviendas, en otro tiempo
abiertas y con el piso irregular de los troncos circulares, van dando paso a
otras semejantes pero con el piso y los laterales de tabla. Sin embargo, los más
recientemente llegados de otras comunidades más pequeñas y alejadas, así como
los más pobres de entre ellos, conservan el estilo tradicional de vivienda.
Las antenas de TV
satelital han hecho su aparición en estos años recientes. Cinco o seis familias,
con mejores posibilidades económicas, disponen de ellas, y sus platos, como
ojos de búho, intentan descifrar las señales del tiempo.
En cuestiones laborales,
existen varios sueldos del Estado para maestros y enfermeros, así como otros
para limpieza de la comunidad y vigilancia. Hay dos cargos para doctores, que
siempre los desempeñan algunos criollos recién graduados. También hay dos
concejales. Los demás viven del trabajo de la pesca, la siembra del ocumo, la
fabricación de embarcaciones (curiaras y balajús) y la elaboración artesanal de
cestas y hamacas de palma de moriche. La comunidad tiene instalación eléctrica.
Una planta a gasoil funciona en horario de 5.00 pm a 5.00 am aproximadamente.
Pero depende del suministro del combustible. Algunas familias tienen su propia
planta.
Una bodega suministra
los víveres necesarios para la subsistencia a precios desorbitados. Otra
pequeña bodega comienza a hacerle competencia.
Junto a la casa de los
Padres se divierten los jóvenes en una cancha de cemento jugando futbolito y
volibol. Se preparan además para las competencias intercomunales que tendrán
lugar en septiembre con ocasión de las fiestas patronales.
La naturaleza se
impone de principio a fin de la jornada. El grito periódico, casi rugido, de
los araguatos a lo lejos, semeja una manada de tigres. Señorean con su presencia
elegante el tucán y el guacamayo azul. La marea cambia de sentido cada seis
horas, como si del mar se tratara, y sin embargo son más de 30 kilómetros de distancia
a la barra. Las estrellas titilan nítidas y copiosas en los cielos limpios.
Ana y Alejo, ahora a la
puerta de su casa, mastican cangrejos iluminados por la luna a punto de colmarse.