martes, 15 de marzo de 2016

Atarrayadores



El sol comienza a recostarse sobre el horizonte. Los pescadores y sus atarrayas ocupan los márgenes indiferenciables del canal donde vierte sus aguas la laguna: Las sombras largas de los hombres enhiestos y sus redes a punto, a la espera de expandirse sobre la redondez superficial de un mar acorralado. El peso de los plomos soportado por unos brazos izquierdos tensos, enérgicos, sin ningún temblor que los contraríe. La red recogida en un orden perfecto. La mano derecha bamboleando suavemente el otro extremo de la red. Los ojos atentos a los movimientos sutiles de los peces entre las aguas; avizorando a intervalos el horizonte, evitando la posible hipnosis o el atolondramiento resultante del movimiento recurrente de las olas; escrutando el paso de gaviotas y pelícanos, el paso y su refrenado vuelo, y su caída vertiginosa sobre la presa, indicios claros de la presencia del cardumen.

Andrés escruta desasosegado otras aguas y otros horizontes. Sus memorias de ancestros lo llevan al enorme pescador aventajado con el esparbel, que con su altura de gigante sacaba de las aguas del río las mejores presas; al jovenzuelo que, al paso del vado sobre la bestia de carga, apuntaba como causa de su desequilibrio y caída de la cabalgadura, al mareo del animal; a los otros pescadores sostenidos en atenta vigilia para no perecer arrastrados por corrientes y remolinos sorpresivos hasta el vientre profundo del líquido misterio.


Un ágil golpe de atarraya lo saca de su viaje y una sandalia atrapada despeja el enigma que el mar se tragó.

1 comentario:

  1. Tomás convierte el instante de lo cotidiano en un viaje de ida y vuelta.
    La memoria no sólo va al pasado; se mete también en lo hondo.

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