CAÑA DULCE
Niño, masca la caña
para tu sed.
Masca la caña dulce,
máscala bien.
Que no te roben,
con la garra y el odio,
tus sueños de hombre.
Niña, siembra la luna,
que, cuando nazca,
será jugosa planta
de rica caña.
Que no te quiten,
al llegarse la noche,
lo que escondiste.
Niño, toma la caña,
toma y exprímela.
Niña, tómala tú,
masca sin prisa.
Con la quijada,
sacaremos el jugo
de agua melada.
LA QUIJADA
Junto al rancho de bahareque
la quijada está dispuesta,
para laborar un rato
y hacer de la caña fiesta.
El chiquichiqui o la vieja
son más nombres que la dan,
y hasta el cangrejo en Oriente
la refieren sin dudar.
Es un antiguo instrumento,
de época colonial,
que, aquí, el hombre parcelero
acostumbra preparar.
Allá abajo, en la Quebrada,
los antiguos pobladores
del Cristo y la Macarena,
Guaremal y alrededores,
hacían, con sus quijadas,
guarapos de los mejores,
endulzaban el café
y los jugos, sí señores.
Es ejemplo de palanca,
como en los libros la llaman,
con apoyo y resistencia,
de la caña bien cortada;
la maña está en la potencia
que con los brazos se aplica,
poco a poco va saliendo
el agua dulce bendita.
De a poquito, bien cortado,
se va mascando el rolito,
nudo por medio, a dos lados,
hasta dejarlo sequito.
Dos surcos, sobre el madero,
guían hasta el recipiente
el líquido ya exprimido,
como en manar de una fuente.
Hoy, con hielo preparado,
ese guarapo, y limón,
hemos tomado tres vasos
y hemos gozado un camión.
GUAIDÓ EN SU LABERINTO
Guaidó en su laberinto, contrasta con Bolívar;
pretende armar la guerra, a fin de someter
a un pueblo liberado que construye en la paz
del hoy, su porvenir.
Reclama una invasión, solicita una horcaja
que apoye su árbol seco, su absurda “jefatura”;
que intente, con rapiñas, financiar sus deseos
de ambición miserable.
La transición que grita, abierta, indefinida,
es sin Ley, sin Principio; tiene por toda norma
su autoproclamada monarquía absoluta,
con corona rendida.
Y, sin embargo, un pueblo, “siempre es un firme bloque:
sabe que no es estéril su firmeza, resiste.
Y los pueblos se salvan por la fuerza que sopla”
de todos sus ancestros.
(a partir del poema de versos alejandrinos, y pie quebrado,
Pueblo, inscrito en el libro El hombre acecha, de Miguel Hernández)
BOTAS PARA EL REGRESO
en 1939
cuando la guerra llegaba a su fin
mi abuelo cosía las botas de los soldados
preparándolos para el regreso
al volver a casa
de la capa hizo un manto
para aliviar el frío de su pequeña
estaba grabada a fuego
la sangre de la tierra
sobre la frente de los inicuos
viviendo en medio de ellos
nunca cubrió con la mentira
ni bautizó con otro nombre
la injusticia
los vencedores se mostraron
generosos perdonavidas
tras el genocidio consumado
pues ahora requerían brazos
para la tierra inculta
solo el silencio
exigían a cambio
sumisa la mirada
o la máscara festiva
sin excesos
alejarse a los montes
darse a la vida solitaria
al cereal
al barbo y al conejo
fue salida necesaria
para ese comprimido corazón
mi madre contaba estas historias
y rogaba Nunca más
aprendimos que las guerras
con los males añadidos a los pobres
no tocaremos sus tambores
resistiremos con la palabra Paz
y nuestro aliento
develaremos las mentiras
gozaremos las pequeñas dichas cotidianas
de la amistad, la mesa, el canto…
coseremos los calzados viejos
para seguir marchando
en son de paz
haremos de los morrales de combate
otros tantos escolares
de los fusiles
escardillas
y de los tanques
unidades de transporte urbano
rizaremos los cabellos engomados
hasta escuchar silencio
en los salones de la diplomacia
volverán a casa los fulanos
recogiendo reconcomios
aprendiendo respeto por los pueblos
les crecerán sus rabos de cochino
se irán avergonzados
y se sabrá el misterio
estaban destinados
eran ellos
no nosotros
la generación
dispuesta por los siglos
a la extinción
sobre el planeta
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